12 January 2014


AÑORANZAS Y REALIDADES

Pastillita para el Alma 11 – 01 – 14
Eran las 10 de la mañana. Parado en la casa de mis padres. Un sol radiante. La copa de los árboles que se mecen con la suave brisa del viento. Las tres palmeras del centro de la plaza se muestran enhiestas, vanidosas y orgullosas de su belleza y el chorrito de agua que sale de la cumbre de la pileta, se eleva intermitentemente, cual si bailara un tanguiño de antaño, coqueteándose con la sed escondida de las palmeras. La fachada de la catedral con un vitral de la imagen del Corazón de J+sus, interpretado solo
por algunos escogidos, casi con el mismo esplendor de mis años mozos, claro, sin su reja de fierro, ni sus callecitas de piedra, ni el hermoso angelito de fierro fundido que donó el curita Hurtado, ni el reloj en la torre de su campanario. La Escuela Fiscal de Mujeres luciendo, como si el tiempo no hubiese pasado, su portada y sus ventanales, sin su directora doña Anita Picón o doña Hildita Zubiate. Ya no está la tienda de doña Melchora Angulo donde había las cemitas, los pambazos y los clásicos bizcochuelos en moldecitos de papel periódico, como barquitos, unidos por espinas de ancocashas. Como olvidarme de doña Caridad Angulo, hija de don Adolfo, una hermosa mujer, amiga de mi madrecita y madrina de mi hermano Carlitos, fallecido a los 10 años. Todavía como un remedo me imagino la casa de los Ampuero, que lucía su portada de dos hojas, con balcones con cortinas cerradas, escondiendo bellezas de mujeres agraciadas.
Allá en lontananza, majestuoso el gran Pumaurco, celoso guardián de nuestra estirpe y nuestras tradiciones, ya no tupido de árboles, como antes, pero, todavía con un verde azulado, coronado con un cielo de nubes blancas que dibujan una cenefa quingo a quingo, en los bordes del cerro, semejando enaguas con blondas de niñas pudorosas, cual ñustas enamoradas de jóvenes guerreros indómitos y valientes que nunca se rindieron, aunque supieron del olor de la muerte.
Como ha pasado el tiempo. Cuántos recuerdos. Cuántas emociones juntas, imaginando escuchar el acordeón de mi compadre Chinche o de mi compadre Crespo, con el vals las Locas Ilusiones me sacaron de mi pueblo, disimulando una lágrima, de lo que ayer fue y ahora, ya no está.
El Pumaurco. Me pregunto: si fue verdad que había un gran volcán escondido entre sus piedras o solo fue una mentira piadosa, al darnos miedo, para corregir nuestros errores, sin el dolor del castigo corporal y luego me interrogo, dónde están las casitas blancas en sus faldas que inspiraron la canción Las Ermitas que mi tío Ernesto Burga, nos enseñaba, en el Centro Escolar N° 131 de Tushpuna y cuya letra es como un himno a la nostalgia.
Hay en el alegre cerro, sobre las lomas
Unas casitas blancas, como palomas
Le dan dulces esencias los limoneros
Los verdes naranjales y los romeros.
Allá junto a las nubes, la alondra trina.
Allá extiende sus brazos la Cruz Divina
La vista arrebatada, vuela en su anhelo
Del llano a las Ermitas, de allí al cielo.
Vivir en Chachapoyas, recorrer sus callecitas rectas, sus plazas y sus campiñas, es un regalo para el alma y una golosina para el corazón.
La plazuela de Burgos, con su iglesia del Patrón El Señor de Burgos, que se va cayendo a pedazos y a poquitos, como mi vida, será por indiferencia de los vecinos o por desidia o inactividad de alguna autoridad que no conoce, o se olvidó, de la peregrinación de todos los jueves, que era una tradición de tiempos inmemoriales, donde nuestras matronas, con velos y mantones, seguidas de hijas candorosas corrían presurosas a rezar el santo Rosario y poner sus velas en candelabros de arcilla hechos en Huancas, para sahumarse con el aroma del incienso y el perfume de las azucenas traídas del Franco o de Taquia.
Como voy a olvidarme de las tardes y noches del jueves en la Fidelísima ciudad de Chachapoyas, que marcaron épocas precisas de mi lapso del Centro Escolar N° 131, del Colegio San Juan de la Libertad y mis caminatas al Hospital Centro de Salud, lugar de mi tragedia y mi felicidad.
Burgos, era propiedad territorial de los Guaranguitos, de los Reynafarge, Nelson Ramos, los Valdivia, de mi compadre Luis Mori Aliaga, de Wilson Yoplac, del Chamachin, de los Chota, de los Rodriguez, de los Vilcarromero, de los Oporto, de los Arista Montoya, de los Torrejón representado por mi gran amigo el alhajita Lucho Confite, más tarde distinguido líder de la Palana de Acción Popular y ahora un distinguido costumbrista, empeñado en restaurar la tradición de los centilleros, candelabros de siete luces para las procesiones, no solo del Santísimo Sacramento, sino también de nuestra Mama Asunta, únicos en todo el Nor Oriente, que rememoran nuestro rancio abolengo de la Colonia. Todos ellos, unos personajes, que aún quedan, con el mismo carisma de sus años mozos, que el tiempo no los ha cambiado.
Tal vez, algún día, habrá un retorno masivo de todos los que por diversas razones nos hemos ido. Seremos foráneos en la tierra donde hemos nacido o volverán, con suerte, nuestros restos para descansar en el cementerio al final del jirón Triunfo o nuestras almas vagarán eternamente como
fieles vigilantes del progreso de la Fidelísima, por el esfuerzo de gente, heredera de una raza que supo pulir la piedra tosca, extraída de las canteras de hombres tesoneros, que construyeron un edificio espiritual de bondad y gratitud, a esta tierra llena de promisión y de futuro, llamada a convertirse en la Despensa de nuestro Perú.
Jorge REINA Noriega
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