09 April 2013

EL DIA QUE ME MUERA

Cuando todo se haya acabado, y el oro de la tarde se haya confundido con el azul del Cielo en un tierno abrazo; cuando en el baúl de los recuerdos queden solo cartas viejas, amarillas y con hedor a tiempo; cuando la piel aterciopelada,
de color capulí que tanto perturbó mis sueños, se haya convertido en el vestido arrugado que ahora cubre tu cuerpo; cuando se haya secado por entero la fuente de tus ojos que me lloró desconsoladamente, entonces, Yo, ya estaré lejos,
saboreando en mis labios el almíbar de tu lengua que retozó en mi boca; sintiendo en el vacíoinconmensurable que te dá la soledad, el golpetear de tu corazón, junto al mío y escuchando el sonido de tu voz, como un murmullo diciéndome “Te amo, te amo con la misma fuerza que el fuego necesita del aire para existir”. Pero ya será tarde. Para mi paz y para la tuya, todo se habrá acabado, allí en una vieja cama de un hospital y cubierto por una sábana, estará mi cuerpo, con la sentencia de un hombre de blanco, diciendo este sujeto, está muerto.

Entonces cuando esto ocurra, ten presente que ahí estaré atento pidiendo que no haya un resucitador ni una máquina de oxígeno que me quiera traer de vuelta a la vida; ahí estaré, orando a Dios que permita que mis órganos que tantas satisfacciones me dieron, sirvan talvez para traer consuelo a muchos seres privados de las maravillas de este Mundo, y Ojalá que mis ojos sirvan para que algún niño ciego pueda ver la belleza de la sonrisa de una madre o contemplar las gotas cristalinas de lágrimas del hombre al que se le quitó impunemente su libertad o apreciar en el color de las flores la grandeza de la Naturaleza.
Ojalá que mis oídos sirvan para que algún desdichado pueda escuchar el “yo te quiero” del ser amado o el llanto del niño que pide pan para saciar su hambre del cuerpo y del alma por la falta de cariño que tantas veces les hemos privado.
Talvez mi sangre sirva para curar la anemia de indiferencia de tantos ricos que se pudren en plata y teniéndolo todo son incapaces de prodigar ayuda y consuelo o tal vez sirva para derramarla en defensa de la Patria o luchando para que reine la igualdad y la armonía entre los hombres de buena voluntad.
Ojalá que mis huesos, mis músculos, arterias y venas sirvan para que esos angelitos tullidos y encogidos de los hospicios y hospitales de caridad, puedan correr y refugiarse en los brazos de sus seres queridos o escaparse de sus celadores y opresores.
Cientos de veces se me ha partido el alma sabiendo que en mi pecho, cada minuto y cada día y lo largo de toda mi existencia me ha acompañado este corazón que no he podido compartirlo con tantos niñitos azules o con aquellos a quienes les faltaba el aire, este alimento divino a lo único que los poderosos todavía no le han puesto precio ni impuestos. Cuantas veces por cobarde, no he tenido el valor de regalar un riñón, sabiendo que hay tantos infelices que semana a semana están pegados a una máquina de diálisis, habiéndome conformado solo con la vanidad de ayudar a transplantarlos y vanagloriarme con eso.
Miseria de mí, que tanto recibí de la generosidad de Dios y que con el tiempo que me dio no supe servirle a cabalidad, por eso os ruego que para mi no existan flores, coronas ni misas, que si para algo sirvieron mis células y mis vísceras, sea en provecho de aquellos a quienes tanto amé y que de lo poco que quede de este cuerpo, lo entreguen al fuego a ese enemigo contra el cual ayudé a luchar incansablemente y si sobrase algo de mis cenizas, echadlas al viento para que al igual que mis pecados, flaquezas, maldades y errores desaparezcan de la faz de la Tierra y le sea fácil encontrarlo al diablo.
Ojalá que mi espíritu retorne a la mansión de Dios y cuando todo haya concluido solo les ruego que recuerden de mi haciendo el bien a alguien y piensen, que durante mi infancia gocé de la felicidad de mis años sin saber que dentro de mí llevaba el anciano del mañana y que en mi vejez, viví con la alegría del niño, a pesar de cargar sobre mis espaldas la cruz de mis
enfermedades, tratando de cumplir a plenitud las enseñanzas de Cristo amando a Dios y a mi prójimo.
Jorge Reina Noriega, “Ayúdame a Ayudar”

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